Él va manejando, ella soy yo, pero ella no tiene miedo.
Sin rumbo, vamos por una carretera iluminada, sin embargo, no tenemos idea de nuestro paradero.
Ella siempre le tuvo pavor al perderse en caminos desiertos, incluso cuando viajaba con su madre. No sé si es por que estoy con él, o por que me gusta la iluminada obscuridad del camino que transito, pero no me siento como siempre, la segurida que él me brinda es como ir con con un millón de navajas afiladas en el aciento trasero.
Seguimos avanzando, y no hemos siquiera abierto la boca para decirnos trivialidades, vemos el camino y la gasolina parece nunca acabarse, es el sonido del asfalto pegando con las ruedas de tú antiguo carro lo que me mantiene despierta.
No sé dónde halla quedado el sol, siempre le dimos la espalda.
viernes, mayo 29, 2009
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1 comentario:
Oh... me ha extrañado, pero creo
que me gusta.
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